El intelectual como problema : la eclosión del antiintelectualismo latinoamericano de los sesenta y los setenta.
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Fecha
1999Autor
Gilman, ClaudiaResumen
Por sugerencia de Carlos Fuentes, Luis Harss dedicó a García Márquez un capítulo de su libro Los nuestros, publicado en castellano en 1966 y que era, en realidad, una antología de “grandes consagrados”. La presencia allí de García Márquez no deja de ser curiosa: su participación es la única en la que importa más el proyecto futuro que la trayectoria. Cien años de soledad fue conocido en borradores por muchos de los más influyentes escritores y críticos del momento, y fragmentos de la novela se publicaron como anticipo en las principales revistas latinoamericanas, lo que no era una práctica corriente: Mundo Nuevo, la peruana Amaru, Marcha, Primera Plana, publicaron fragmentos de la novela inédita. En agosto de 1967, Miguel Otero Silva presentó a García Márquez, que asistía entonces al xiii Congreso de literatura hispanoamericana, en Caracas, como el autor de “un prodigio (cuyos originales habían sido mostrados a todo el mundo) que lo situaría definitivamente en primerísimo plano dentro de la novelística latinoamericana”. De modo que la novela mostrada a todo el mundo y aprobada por todo el mundo tenía casi garantizada su consagración. La felicidad con que se integró a una de las más potentes reflexiones estéticas sobre el arte narrativo latinoamericano (lo “real maravilloso” presagiado y programatizado por Carpentier en el prólogo a El reino de este mundo) y la oportunidad única del momento de su aparición, con un campo intelectual consolidado, hicieron de Cien años de soledad un prototipo textual. Sin embargo, antes que eso, la unanimidad de la consagración afirmó la existencia a pleno de un sistema de relaciones personales de la literatura latinoamericana. ¿Cómo se llegó a la conformación de un frente tan poderoso? Como resultado de las innumerables coincidencias en torno a cuestiones estéticas e ideológicas, uno de los fenómenos más importantes del período fue la constitución de un campo intelectual latinoamericano, que atravesó las fronteras de la nacionalidad y que encontró en la Revolución Cubana un horizonte de aperturas y pertenencia. La “ciudad letrada” latinoamericana produjo y fue sensible a lo que Zygmunt Bauman denomina el “toque de reunión”, que nucleó tradicionalmente a los intelectuales. Así, la convicción de una identidad común basada en América Latina fue correlativa de la constitución de un campo empírico de intervención a partir de la sociabilidad.